Del desnudo femenino a la mirada de la mujer artista

Del desnudo femenino a la mirada de la mujer artista

Por Yara Vidal

El mundo del arte despliega ideas y conceptos estéticos que definen a las culturas, ámbito que hasta hace poco era un club exclusivo para hombres: la mujer ha sido uno de sus temas favoritos, pero no su ejecutora principal. El arte como vehículo de ideas condiciona la cultura, y ha creado sociedades en las que las imágenes de las mujeres han servido al imaginario masculino mientras ellas se mantuvieron cautivas.

La mujer ha sido representada de diversas maneras, aunque muchas veces sólo utilizada como objeto de belleza. Pensar un mundo del arte en el que las artistas tengan voz ha sido difícil, pues no tuvieron acceso a las academias de arte para estudiar, ya fuera de manera limitada, sino hasta el siglo xviii. No obstante, muchas artistas aprendieron siendo ayudantes, esposas o hijas de pintores.Es por medio del autorretrato femenino que podemos observar la evolución del lenguaje de diversas artistas, de lo que reflejan y de lo que ocultan.

Luis Meléndez y Bartolomé Esteban Murillo sorprendieron por su virtuosismo y ángulo dramático al desafiar la estética de su tiempo, pero durante el siglo xviii los autorretratos de mujeres, como el de la italiana Rosalba Carriera, mostraban a una mujer estática; conforme pasaban los años se fueron incluyendo temas como la maternidad, la menstruación y la sexualidad. El autorretrato puede o no mostrar la historia real de la autora, ya que la obra en sí misma cuenta una historia que no necesariamente se basa en un hecho real. Los autorretratos de mujeres más antiguos que se conocen aparecen en una obra de Boccaccio, De Mulieribus Claris (1402), en la que una pintora llamada Marcia se muestra dibujándose a partir de su reflejo en un espejo. Una contradicción curiosa, ya que la vida secular en general no consideraba necesario que se educara a la mujer más allá del nivel básico; fue así como los conventos les sirvieron a muchas de ellas en múltiples países —como a Sor Juana Inés de la Cruz en México— para poder estudiar y aprender diferentes artes.

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En el Renacimiento los autorretratos se convirtieron en un ejercicio más común, ya que los temas dejaron de ser esencialmente religiosos. Alberto Durero incursionó con diversos autorretratos que al día de hoy siguen siendo magistrales y una referencia esencial para la estética de la época. Mientras una pintora llamada Sofonisba Anguissola se representó más veces que Rembrandt o Durero juntos. En 1578, Alonso Chacón le pidió a Lavinia Fontana su autorretrato, para una colección de grabados. En 1660 surge la primera colección de este tipo de trabajos tanto de hombres como de mujeres, de Leopoldo de Medici. Mujeres jóvenes con talento como la hija de Tintoretto, Marietta Robusti, y Bárbara, hija de Luca Longhi, fueron enseñadas por sus padres, quienes valoraron su apoyo en su propio trabajo. Viginia Woolf decía que para dedicarse a su arte se necesitaba independencia económica y un espacio idóneo; no extraña que jóvenes como ella, de padres adinerados, lograran tener acceso a profesores privados. No obstante, surgían problemas como el veto para poder estudiar cuerpos al desnudo, el aprendizaje de una técnica totalmente necesaria para ellas como artistas.

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Para incluir a las mujeres en un espacio en el que los hombres les permitieran expresarse como artista y no como mujer, tenemos el ejemplo de Elisabeth Vigée-Lebrun, quien fue aceptada en la Academia Francesa en 1783, un caso extraordinario, y contratada por María Antonieta; Vigée-Lebrun logró una fama envidiable para ambos sexos. Angelica Kauffmann consiguió trabajar con otros artistas en Londres durante cuatro años antes, y exhibió sus pinturas en la exposición anual de la Royal Academy of Arts, enviando a veces hasta siete cuadros, con buena crítica; sin embargo, su amigo Johann Wolfgang von Goethe comentaba que nunca había conocido a un artista —hombre o mujer— tan trabajadora y entregada a la perfección como ella.

 

Esa igualdad no fue encontrada en otras partes, donde las mujeres fueron alabadas por ser tales y no por su trabajo, lo que dificultó una crítica constructiva durante algún tiempo. Las pocas mujeres artistas que continuaban entrando a la Academia eran consideradas prodigios sin avances en su técnica. En tanto el mito del artista como genio crecía, el papel de la mujer en el arte seguía siendo ridiculizado, como en una caricatura de 1789 en la que se observa a la escultora británica Anne Damer cincelando a Apolo, mientras las esculturas se cubren los genitales. Las artistas debían respetar la norma, la etiqueta, las reglas de comportamiento y llevar sus “obligaciones”; es por esto que Marie-Nicole Dumont se pintó mostrando a su bebé y sus pinceles en 1789, en La artista y sus ocupaciones.

En esta época surge la primera documentación pintada de la relación entre maestra y alumna. Adélaïde Labille-Guiard y Marie-Victoire Lemoine enseñaron y promovieron a varias mujeres pintoras; fue tanta la fuerza de su trabajo junto con otras mujeres, que el famoso Salón de la Academia de Bellas Artes comenzó a aceptar a pintoras, hasta que, tras grandes esfuerzos y luchas, llegaron a tener su propia sala llamada “El salón de las mujeres” en 1790. Una de las estrellas de este siglo es la veneciana Rosalba Carriera, quien con sus pasteles inspiró a una generación completa de europeas, pues entrenar en óleo acarreaba complejidades mayores para aprender la técnica. Era indignante que por aquellas fechas las mujeres requirieran llevar un chaperón a las galerías en las que había cuerpos desnudos, y menos podía pensarse que estudiaran un cuerpo totalmente descubierto. Textos como el de en el libro V de Emilio o de la educación, en el que se habla de la educación de las mujeres, aclaran que los estudios de la mujer deben ser relativos a los del hombre, en sí, nunca superiores. Este debate sigue hasta la fecha y crea mayor conflicto cuando se habla del trabajo artístico de las mujeres, cuando se las etiqueta de feministas. Se sigue viendo al arte femenino como un ejercicio de complacencia por su género, cuando el arte creado por mujeres es libre de denunciar los estereotipos y la opresión, o de examinar el género, y tal vez simplemente de querer comunicar. Son justo las etiquetas lo que nos separan de la integración al mundo del arte en general.


El siglo XIX recibió a diversas artistas, y en periodos destacados de la pintura, como el del impresionismo, recordamos a Berthe Morisot, quien se casó con el hermano de Manet, lo que hizo posible que tuviera comisiones, lograra cumplir con los deberes familiares y pintara durante toda su vida. La estadounidense Mary Cassatt, esposa de Edgar Degas, contó con la misma suerte: ambas, parte del movimiento más avant-garde de la época, aprendieron, crecieron y difundieron su trabajo, mientras que en la esfera cotidiana se limitaron los espacios dentro de las universidades, no sólo en arte sino también en estudios de medicina o leyes. Camille Claudel, hermana de Paul Claudel, logró posicionar sus esculturas también gracias a la buena reputación de su hermano. Con la llegada de la fotografía, artistas como Alice Austen cuestionaron su imagen de manera más fácil que con un pincel; más autorretratos surgieron gracias a esta técnica El ejercicio de las artistas por convertirse en profesionales parece ser posible hasta el siglo xx. Paula Modersohn-Becker, pintora alemana, una de las representantes más precoces del movimiento expresionista en su país, pintó a Rainer María Rilke. Suzanne Valadon fue modelo de Edgar Degas, Henri de Toulouse-Lautrec, Pierre-Auguste Renoir y Pierre Puvis de Chavannes, quienes la animaron para pintar y vivir de su arte. Éstas y otras artistas lograron dar pie a un movimiento de mujeres previo a la Primera Guerra Mundial. Gracias al surrealismo la libertad creativa para la mujer logra posicionarlas con mayor facilidad. En 1933 la fotógrafa Margaret Bourke-White utilizaba ropa de hombre, cuestionando qué es lo femenino y lo masculino. En el mismo año Frida Kahlo y Leonora Carrington —influida por Max Ernst— comienzan a ser conocidas por comunicar límites y mitologías propias. Tamara de Lempicka inunda con un estilo rompedor y una seguridad femenina nueva para la época. En los años sesenta y setenta las mujeres ya habían logrado un espacio mayor en las galerías, como Yolanda López con su retrato con la virgen de Guadalupe. O Cindy Sherman, quien se disfraza de diferentes tipos de mujer. El diálogo sigue hasta hoy, cuando la obra hecha por mujeres sigue creando controversia, como la de la británica Tracey Emin, con “Mi Cama” (1998), en la que se observa la escena de una cama vacía después de tener relaciones sexuales, e incluye un conteo de todas las personas con las cuales se ha acostado allí.

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El universo de artistas es enorme, cubre todos los continentes, y sigue quebrando los mitos impuestos desde siglos atrás. Cada obra de arte supone un avance para detener la cultura destructiva de una sola representación de género. Aún falta mucho para fortalecer la figura de las mujeres desde el arte, pero siempre será una ventaja que se sigan ofreciendo espacios para crear y consumir cultura, seres capaces de honrar la expresión humana y dejar de etiquetar al mundo desde una mirada separatista, sin minorías, sin géneros, sólo individuos expresando su realidad en este planeta. Es hasta este momento que por medio del arte se ha cuestionando la feminidad, dando forma a un rol positivo y no pasivo, para romper los cánones que la atraparon por siglos.