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El amor como poder: de la ‘Ilíada’ a Houellebecq

El amor como poder: de la ‘Ilíada’ a Houellebecq

Desnudando —como es su método usual— los mecanismos y las estructuras de la narrativa, Martín Solares nos ofrece una cartografía básica del amor como el revés luminoso del poder, en las novelas, deteniéndose con didáctica sensibilidad en Serotonina, la más reciente novela de Michel Houellebecq.

Lunes 11 de marzo de 2019
Martín Solares

Como todos, creo que el mejor refugio para una historia de amor se encuentra en el cine y en las novelas.

Lo primero que me viene a la mente cuando alguien habla de amor es La invención de Morel, esa extraordinaria novela corta y cortante, donde Adolfo Bioy Casares parece narrar una historia de fantasmas que se aparecen a un pobre náufrago, pero quizás también nos ofrece una imagen de ese espejismo, sueño o ilusión que llega al principio de las relaciones románticas y pone todo de su parte para que vivamos en el delirio. Pocos narradores han dicho tanto sobre el amor en tan pocas palabras.

Las novelas nunca dan respuestas particulares, más bien nos cuentan historias universales, que algo parecen decirnos sobre el amor. Tomemos El conde de Montecristo por ejemplo. Un marinero, que gracias a su talento y honradez está a punto de ser ascendido a capitán de un barco y casarse con la mujer de su vida, pero es acusado de conspiración por sus rivales y encerrado en las mazmorras hasta su muerte. Contra todo pronóstico el héroe consigue escapar, se cultiva, obtiene una gran fortuna y regresa a recuperar a su amor y a vengarse de sus enemigos. Mas cuando finalmente encuentra a Mercedes, ésta no lo reconoce, primero, y se niega a seguirlo en su afán de odio y muerte, después.

Todavía escucho caer los pedazos. Un desencuentro muy similar tiene lugar tanto en la Ilíada, cuando vemos a Helena, arrastrada por Paris; o en la Odisea, a Penélope, que espera a Ulises. Ni una ni otra, luego de diez o veinte años de separación de su primer esposo, viven cegadas por ese tierno amor adolescente que le tuvieron a la pareja inicial. Más bien han puesto los pies en la tierra, ven con simpatía lo que sintieron en ese primer romance, examinan la realidad en que viven y toman decisiones al respecto. No permiten que ninguna idea disparatada, y por supuesto, no la idea del amor loco, perjudique sus vidas.

Lo más asombroso es que las novelas no cuentan la misma historia de amor. En el continente de la novela hay ríos muy diversos, todos poderosos, todos habituados a seguir rumbos muy diferentes: ¿quién no se ha visto arrastrado por la ilusión del amor según la cuentan Tolstoi, Stendhal, Akutagawa, Breton o Ray Bradbury? ¿Quién no ha sonreído ante las locuras que hacemos con tal de alcanzar ese sueño, según los libros de Paul Bowles, Milan Kundera, Italo Calvino, Alessandro Baricco, Philiph Roth o la inigualable Carson McCullers? ¿Quién no se ha carcajeado ante los desastres de pareja que cuentan Martin Amis, Nick Hornsby o Julian Barnes? ¿Quién no ha descubierto los engaños del amor o el lado oscuro del corazón en las novelas de Hammet, Chandler, Highsmith, James M. Cain, Marçal Aquino y otros soberbios autores policiacos? ¿Quién no ha deseado vivir la aventura del amor a la altura de los relatos de Sandor Marai o Romain Gary? ¿Quién no se ha conmocionado ante los riesgos que ofrece cuando lo cuentan Toni Morrison, Margaret Atwood o Rodrigo Rey Rosa?


El amor en la mujer es un poder, un poder generador, tectónico… Uno de los fenómenos más imponentes que la naturaleza pueda ofrecernos contemplar, hay que considerarlo con temor.


Entre los autores mexicanos hay una pléyade que tiene mucho qué decir sobre el tema. Entre mis favoritos se encuentran Juan García Ponce, Héctor Manjarrez, Jennifer Clement, Brenda Lozano, Fernanda Melchor y Liliana Blum. El primero con sus cuentos espléndidos, rotundos, donde este gran escritor sonríe ante los amores de los otros. Y trátese de punzantes desastres existenciales, de inquietantes anécdotas escabrosas o de locuras tan divertidas que provocan la carcajada, la voz que cuenta los cuentos de Manjarrez siempre deslumbra con esa dosis de equilibrio y desastre altísimo que aparece en No todos los hombres son románticos o Ya casi no tengo rostro. A su vez, Jennifer Clement escribió una de las mejores y más extrañas historias de amor que jamás haya leído: en La viuda Basquiat no sólo cuenta como Suzanne se enamora de uno de los pintores más famosos del siglo XX, sino cómo sobrevivió a su romance con él. Una novela extraordinaria, donde cada capítulo tiene la intensidad de un poema y la lucidez de un ensayo. En el caso de Brenda Lozano, siempre he celebrado el diseño y la escritura de su novela, Todo nada. Una joven que ha perdido a su primer amor y un anciano que ha perdido a su última amada se reúnen a conversar. Entre esos dos extremos, en los que caben todas las historias, sucede esta breve y rutilante novela, divertida y melancólica. Demostrando que las novelas y el amor se parecen a una larga conversación, Brenda Lozano arrancó una brillante carrera como narradora. Por cauces similares se encuentran Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, y El monstruo pentápodo, de Liliana Blum, que además de componer historias magníficas, pueden leerse como advertencias sinuosas, taimadas y novelescas sobre los excesos —siempre de poder— a que conduce la idea del amor.

Pero si quieren leer a un autor provocador, que sabe atizar polémicas, les recomiendo Serotonina, la nueva novela de Michel Houellebecq, que cayó en mis manos esta mañana. Ningún narrador contemporáneo despierta tantas pasiones ante la simple mención de su nombre (incluso su propia madre escribió un libro contra él). Houellebecq, que en sus novelas anteriores ya había explorado distintas historias de amor, todas aficionadas a las profundidades, vuelve con una novela adictiva que provocará más de un terremoto. Si el alma de su protagonista fuera un coche, se trata de uno que arrancó el pedal del freno con violencia y lo arrojó por la ventana, minutos antes de bajar a toda velocidad por una de las famosas pendientes francesas, siempre al borde de un acantilado. Harto de todo, el héroe de esta novela juró no callarse nada: “Créanme, estoy cerca del fin y las ganas de mentir me han abandonado”. Con esa intención, y ayudado por una dosis de serotonina capaz de tranquilizar a un caballo, el narrador se pregunta cómo funciona el amor en los tiempos que corren:

El amor en la mujer es un poder, un poder generador, tectónico, cuando el amor se manifiesta en la mujer es uno de los fenómenos naturales más imponentes que la naturaleza pueda ofrecernos contemplar, hay que considerarlo con temor, es un poder creativo del mismo tipo que un temblor de tierra o un trastorno climático, el origen de otro ecosistema, otro entorno, otro universo, con su amor la mujer crea un mundo nuevo, pequeñas criaturas aisladas chapoteaban en una existencia incierta y de pronto la mujer crea las condiciones de existencia de una pareja, de una nueva entidad social, sentimental y genética.

Yo estoy leyendo ahora mismo esta novela deliciosa de Houellebecq, sin duda una de las más hondas de este narrador, que me ha hecho enojar y sonreír cada dos páginas. Si quieren saber cómo se completa esta idea de amor provocadora, los invito a leer Serotonina en estos días y después platicamos.

Porque son capaces de darle voz a personajes confundidos para que cuenten una historia larga, llena de misterios y pasiones de principio a fin, porque la ilusión de una vida mejor y la aspiración a alcanzarla parecen encontrarse a gusto entre sus páginas, las novelas funcionan mejor que ninguna otra forma de la literatura cuando se trata de hablar de las sorpresas e inquietudes que acompañan a la búsqueda del amor. Mientras los poemas nos sorprenden con sus relámpagos de belleza o desolación, de sabiduría o intensidad, de hondura o ternura, las novelas ponen dos sillas en una terraza, una para el lector, otra para el autor, nos ofrecen una confesión devastadora, que por su originalidad y contundencia nos sorprenden de principio a fin y nos llevan a otro lugar, nos van empujando a vivir de otro modo: las novelas de amor son historias que nos transforman en otras historias. Y mientras cuentan esa aventura, se parecen a la vida en la medida en que nos recuerdan, como sostenía el cónsul Geoffrey Firmin, que el amor será un delirio alcohólico pero es uno de los ingredientes esenciales de esta vida.