La revolución de lo ligero: Entrevista con Gilles Lipovetsky

La “revolución de lo ligero” nos ha tomado por asalto. El filósofo y sociólogo francés, autor también de La era del vacío, Gilles Lipovetsky (París, 1944) se avoca a estudiar en su más reciente libro, De la ligereza los diversos componentes del mundo hipermoderno, que hacen gala de su cualidad ingrávida.

Hablar de una sociedad que se ha hecho ligera, que ha sufrido un “alivio de la existencia” por cargar condiciones de vida menos abrumadoras, parece un discurso que no empata con todos los lugares ni con todas las comunidades. Podríamos preguntarnos lo siguiente, con cuidado de no generalizar comentarios sobre sociedades que presentan claras diferencias de condiciones y desigualdades: ¿quiénes y de dónde son los que se benefician al conseguir aligerar la pesadez de su existencia económica y laboral, en detrimento de quienes, por otro lado, suman sobre sus hombros el cúmulo abrumador de una vida de explotación, que les exige no dejar de mantener aquella ligereza de la que no se ven recompensados?

En De la ligereza, Gilles Lipovetsky explica y nos hace un llamado a observar la “revolución de lo ligero” que ya se amotinó en varias ciudades, donde lo micro, lo nano, lo cool, pero también la hiperindividualización, la seducción y la frivolidad se plantan como características principales de las sociedades hipermodernas. La ligereza es la protagonista del mundo hecho espectáculo y moda, la cual invade todas las formas de relación humana, sus campos y sus prácticas, pues se halla en el conjunto del sistema, en la tecnología, en la economía, la política y la ideología, al alcance de (casi) todos.

El capitalismo de seducción es un sistema que sigue una lógica fría; al indagar sobre otros sistemas económicos posibles a adoptarse o la forma de disminuir la frivolidad del aparato imperante, el sociólogo francés nos responde.

La primera reflexión, si ustedes quieren, es que la economía frívola no concierne a toda la economía. Hablar de una economía frívola es hablar de una economía del consumo, pero, por ejemplo, ustedes tienen todas las infraestructuras, la economía de la energía y la economía financiera, que no es nada frívola. Por tanto, creo que no debemos, en el futuro, diabolizar lo frívolo. Esto corresponde a necesidades que de ser superficiales no están mal, pero hace falta que esta producción ligera sea compatible con la responsabilidad del porvenir. La consecuencia es evidente; necesitamos sistemas de producción y de consumo que integren los parámetros de lo durable, las exigencias de la ecología. No se trata de una medida para eliminar lo frívolo. No creo que eso sea posible; lo que sí es posible es un sistema de hibridación. Creo que esta vía es la única que debemos manejar. Si no lo hacemos, habrá consecuencias enormes para el calentamiento del planeta, pero creer que vamos a ver una economía, a partir de ahora, que no tendrá más obsolescencia, más aparatos inútiles, más frivolidad, no lo creo. En el futuro tenemos que invertir en el desarrollo durable. No veo otra solución creíble.

La ligereza, la carencia de un peso ideológico que permea la sociedad, es fomentada por el ocio, la televisión y la publicidad. ¿Cómo estos mismos discursos —la televisión, la publicidad, el cine— pueden incitar a otra cosa, es decir, a otras acciones o formas de vida, además del hedonismo o consumismo?

En principio pueden hacerlo. Pero en nuestro mundo neoliberal no es muy creíble, porque en el mundo neoliberal el mercado manda y la televisión, los medios, son empresas y las empresas quieren tener éxito. El éxito se gana por producciones de sentido frívolo. Creo que tenemos los medios que nos merecemos. Los medios son empresas y se adaptan al mercado. No es de una buena conciencia denunciar a los medios porque al hacer eso no cambia nada. Creo que la solución a largo plazo, no para mañana, es la formación, la educación, no hay de otra. Hace falta ser conscientes de que no son las lecciones de moral las que van a cambiar el nivel de los medios, sino las empresas, cuyo mercado conocen. Saben cuáles productos funcionan y cuáles no. Tal vez gracias al universo numérico del internet podemos imaginar medios diferentes, pero no es una gran esperanza porque podemos imaginar los medios culturales, que los hay, pero con un público pequeño. Para un cambio más profundo hace falta la educación. Ahora, un último comentario: es cierto que los programas de televisión, que es el medio dominante, son la parte bella de lo frívolo, de la superficialidad, pero no totalmente. Hay que ser severos con los medios, pero a pesar de todo, contribuyen a la educación de la gente porque deben presentarse de una manera agradable, no podemos esperar más de los medios que eso. Los medios no son la escuela ni los cursos. Lo que sí podemos esperar de los medios es que nos den información, buena información, comentarios múltiples que permitan hacer reflexionar a la gente; me prohíbo condenar absolutamente a los medios en el liberalismo moderno, porque si no los tuviéramos, tendríamos la televisión de Estado. La televisión de Estado, tal vez no sería superficial, pero sería totalitaria. Prefiero los medios del liberalismo, que los medios del Estado.

Háblenos sobre la alta cultura y algunos ejemplos de la misma.
Hay muchos. Todos los trabajos universitarios son alta cultura, los libros de filosofía, de sociología, de historia remarcables; es completamente falso pensar que la literatura murió. Hay excelentes libros que son de la alta cultura, pero es cierto que llega a un público reducido, pero es normal que obras difíciles no lleguen al gran público. Hay otros imperativos en que los medios intervienen; pueden tener un papel de difusión pero a una escala un poco, a veces, de vulgarización, para hacerlos accesibles. Por tanto, la alta cultura se encuentra en las ciencias humanas, en la literatura, hay menos grandes autores que en otras épocas… no lo sé bien. En el dominio que conozco un poco, sociología o filosofía, creo que sí. Están las ciencias que no están en crisis. La ciencia es una parte muy noble de la cultura humana. Entonces, denunciar la época actual sólo porque no hay más equivalentes de Proust o de Kafka no me parece un argumento; encuentro que es reducir considerablemente la interpretación del mundo en el que estamos. Podemos discutir el término de la alta cultura, por qué sólo la literatura sería la alta cultura y una tesis sobre las partículas o sobre los componentes de la materia o de los genes no sería alta cultura. Pero eso no quiere decir que la creación artística haya muerto, tal vez esté en otro lugar, por ejemplo, yo la encuentro en la arquitectura. Se hacen realizaciones arquitectónicas maravillosas y en mi opinión, la arquitectura es de la alta cultura; por otro lado, desde los años sesenta, el cine ha muerto después de Godard, porque no es más que un espectáculo; los grandes éxitos americanos, la violencia, los efectos técnicos de Batman técnicamente son formidables, pero las películas son nulas, no hay más que animación. Al mismo tiempo, en la producción mundial de cine hay una multitud de filmes importantes, remarcables que se hacen en el mundo, filmes romanos, búlgaros, egipcios, iraníes, de países donde antes no había producción cinematográfica y ahora la hay. Finalmente, cada año, en Francia, en el otoño, se publican, si no me equivoco, entre seiscientas y setecientas novedades en materia de literatura. ¿Quién lee todo eso? ¡Es demasiado! Entonces estoy convencido de que no todo es nulo, es evidente que no. Debe haber muchas cosas que no sirven, que no valen la pena, pero hay muchas cosas creativas también. No veo en este tema un hundimiento de la alta cultura; veo otra mirada, pero a mis ojos la creatividad cultural no tiene una crisis, más bien se ha desarrollado.

¿Qué sucede con la gente cuyas condiciones materiales no les permite un acceso a la alta cultura?

Creo que es un punto muy interesante, porque, al mismo tiempo, vemos que la aspiración a la creatividad, a la creación cultural responde a una necesidad; seguido pensamos que es lo contrario, pensamos que el consumo hace que la gente no se interese en nada, que sólo quieren oír su música en su playlist, ver cosas tontas en el cine y consumir en los centros comerciales: creo que no es así de simple. Tenemos muchos estudios que muestran que una población creciente hace fotografía, canta, toca algún instrumento musical; hay una aspiración de los jóvenes a hacer cosas que aman y de las que están un poco orgullosos, aunque no sean obras preciadas. Creo que debemos sacar las consecuencias de esto en cuanto a la educación, que la escuela no es sólo universidad, la escuela comienza mucho antes, hay que darle un lugar más importante a la educación artística desde antes, porque los hombres y las mujeres del mañana tendrán aspiraciones. En mi libro, La estetización del mundo, se muestra que el gusto de las cosas del arte no está en retroceso. La foto, el cine, la música, cantar, bailar son expresiones, son deseos humanos que existen desde el homo sapiens, no hay razón alguna para que desaparezcan.

¿Cuál es la otra cara de la “revolución de lo ligero”, de la hipermodernidad, en sociedades como las africanas o asiáticas, incluso latinoamericanas, donde no hay un “alivio de la existencia” o “condiciones materiales menos abrumadoras”?

El ejemplo de Asia es muy discutible. La China ya entró verdaderamente; cuando vemos imágenes de las ciudades chinas no vemos mucha diferencia con las ciudades europeas. No son los mil millones de chinos los que están ahí, pero varios cientos de millones. África todavía no llega a ese nivel, pero el impacto en cuestión ya lo conocemos y lo hemos pagado bastante caro, es el deseo de migración. En esos países hay no sólo subdesarrollo económico, también hay guerras civiles, hay terrorismo que aterroriza a la gente y ésta parte para vivir mejor. La dinámica de la hipermodernidad no se puede aplicar de la misma manera por todos lados a partir de ahora, pero el desarrollo económico, el mercado, se ve por todas partes, particularmente en Asia, donde la diferencia entre el mundo occidental sería la democracia, en el plano de la política. Es imposible decir cuál es el porvenir; ¿será el liberalismo político el que ganará u otra cosa tal vez mejor que en las sociedades hipermodernas? ¿Qué va a pasar en el futuro? No sabemos. No podemos responder a esta cuestión.

Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza

MasCultura 05-oct-16