Fábulas del Tío Hofs: “Cambio de coordenadas ”

Aquiles: ¿Es en serio?

Tortuga: Muy en serio. Quítese.

Aquiles: ¡Pero éste ha sido mi lado de la habitación por años!

Tortuga: Justamente. Ya le hace falta un cambio de aires. Ya NOS hace falta, de hecho.

Aquiles: Estoy perfectamente aquí, así que no pienso moverme. Lo hubiera pensado mejor aquella vez que elegimos, hace ya tantos años.

Tortuga: No sea fundamentalista y ahueque. Es sólo un pedazo de recámara, para el caso. Puede quedarse con su cama, si quiere, sólo pido la ventana.

Aquiles: ¿Y a qué se debe el caprichito? No tengo ningún problema en iniciar una guerra si hace falta.

Tortuga: Ningún caprichito. Desde hoy soy un hombre de amaneceres. Quiero la ventana que da al oriente. Eso es todo.

Aquiles: ¿Eso es todo? No me lo trago, aquí hay gato encerrado.

Tortuga: Cálmese. Ni que fuera a encontrar petróleo debajo del parquet. Es sólo un pedazo de recámara.

Aquiles: Dije que no me lo trago. ¡Desembuche!

Tortuga: No sea infantil. Suelte a Teddy y hablemos como gente de paz que somos.

Aquiles: La última vez funcionó. tortuga: Claro. Todos mis muñecos de peluche destripados. Uno por noche hasta completar la docena. Sólo fueron doce noches, pero a mí me parecieron mil. Mil y una de pilón. Así cualquiera confiesa hasta lo que no hizo.

Aquiles: No crea que tengo este abrecartas en forma de cimitarra sólo por hacerme el interesante. Me tomó doce noches, pero igual confesó su traición.

Tortuga: Lo que usted llama traición, yo lo llamo, “no hay tipo que cele más a sus primas desde el sitio en que se levanta el sol hasta donde desaparece”.

Aquiles: Podría haberme contado que estaba pretendiendo a Betsabé en vez de inventar cuentos chinos, y a lo mejor hasta le ayudo.

Tortuga: ¡Está bien, está bien! Hay una razón. Se la cuento, pero suelte al muñeco. Aquiles: ¡Lo sabía! Desembuche.

Tortuga: Cuéntase que en los tiempos de Harún Al Rashid vivían dos hombres cerca de Bagdad…

Aquiles: No sea payaso.

Tortuga: ¿Me deja contar o va a estar interrumpiendo? Gracias. Estos dos hombres eran hermanos. Uno se llamaba Kassim y el otro Luis, pero le decían Güicho. Una tarde, mientras dormía la mona cerca de un lupanar, Güicho oyó sin querer la contraseña para poder entrar con descuento, gracias a que llegaron cuarenta individuos recomendados de un político muy asiduo.

Aquiles: Déjeme adivinar. La contraseña era “Ábrete, sésamo”.

Tortuga: Ah, veo que usted también conoce ese congal. Pero no. Esa vez la contraseña era: “Viva la Señorita Cometa”. El caso es que lo dejaron entrar y ahí se encontró a su primo Poncho, que viene a cuento porque siempre ha tenido muy mal genio. Lo que se dice, un genio de la fregada.

Aquiles: Déjeme adivinar… vendía lámparas o algo así.

Tortuga: No. Pero es cierto que en cuanto abrían una botella de 40 G. L. se aparecía como por arte de magia.

Aquiles: Sí, debí suponerlo.

Tortuga: Poncho estaba de muy mal humor porque ya se le habían pasado las cucharadas y se puso a competir con otro dipsómano a ver quién cabía en un jarrón sin romperlo y parece que iba perdiendo porque se le asomaba el greñero cuando llegó el tío jarocho de uno de los meseros, quien era marino y había viajado un montón.

Aquiles: Ajá. Y se llamaba Juvencio.

Tortuga: No, Simbad. ¿De dónde saca…? En fin, el caso es que era compadre de uno que vendía alfombras en La Lagunilla y que por cierto rociaba con una sustancia ilegal que, literalmente, lo hacía a uno volar. Entonces el cuñado del que lo ayudaba con…

Aquiles: Ya caigo en su juego. ¡Quiere embrollarme en esa espiral de historias interminables! ¿Dónde habré visto antes esta artimaña?

Tortuga: ¡Le juro por Solimán el Magnífico que no! ¡Le juro que…!

Aquiles: Despídase de Teddy y de Bob Esponja.

Tortuga: ¡Está bien, está bien! ¡Lo confieso! Mire por la ventana y lo sabrá.

Aquiles: No veo nada.

Tortuga: Allá abajo. La nueva hostess de los Tacos Árabes. ¿No es acaso una princesa persa?

Aquiles: Por las barbas del efrit, que es más guapa que todas mis primas de la Agrícola Oriental juntas.

Tortuga: Sólo le pido a Alá que me permita contemplarla desde la ventana hasta que se apiade de mí y reclame mi alma.

Aquiles: Le diré qué haremos. Usted los días nones. Yo los pares.

Tortuga: Debería ser diplomático en la ONU. ¿Vio el lunar en su mejilla?

Por @T_Malpica

MasCultura 27-mar-17