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Columna de Julieta Venegas: “Transformar la violencia”

Crecí en la bella ciudad fronteriza de Tijuana. Siempre he pensado que eso es lo que me hace ser quien soy, con mis defectos, con mis rollos: ser de una ciudad que tiene un poco de dos países tan distintos como México y
Estados Unidos. Lo que siempre hubo fue una gran presencia de migrantes chinos. Ahora ya vivimos en un mundo globalizado, en el que la presencia de extranjeros es más común, pero en aquel momento la presencia asiática era algo poco frecuente en esas tierras norteñas.

La Casa del Dolor Ajeno, de Julián Herbert tiene que ver con la inmigración china a México, en particular a la región norte. No sólo me parece un gran libro, sino también un tema importante y de actualidad. Es un libro difícil, pero buenísimo. Primero, la maestría de Herbert nos cuenta todo de manera cercana a la vez que dura. Vive la situación con el lector, sin querer quizá, pero eso ayuda a suavizarlo, porque se trata de un episodio horrible, y lo es todavía más por ser olvidado, o más bien borrado de la historia de México. Traían un desmadre en la Revolución, pero el pequeño genocidio —como lo llama Herbert—, de trescientos chinos en la ciudad de Torreón, no solamente es terrible por su violencia, sino por la forma en la que se fue construyendo el ambiente para que eso sucediera, como el mismo hecho de haber sido borrado de la memoria.

En este México vivimos un clima de violencia y Herbert lo pone en evidencia al viajar a ese pasado en el que parecía que todo era válido. Aunque se trata de la época revolucionaria, es como si hubieran acabado atrapados ahí. Qué le vamos a hacer: éste es el presente mexicano, en el que existe una combinación de violencia más la voluntad gubernamental de borrarla e ignorar los hechos terribles que vemos a diario.

También esos brincos al presente alivianan un poco lo terrible de la historia. Esto me hace pensar en otra novela de no ficción: HHhH, de Laurent Binet. La novela del escritor francés me deja con una reflexión, quizá no sólo sobre la violencia en México, que siempre ha estado presente, sino acerca de la naturaleza humana. El alma de la persona racista, llena de miedo, de dolor, y con deseo de acabar con la vida de quien no es cercano, o simplemente porque estaba en su camino: ésa que siente deseos de aplastar a cualquiera que sea diferente, que no hable su lengua.

Últimamente pienso mucho en el tema de la violencia. Intento entender por qué el mundo está regido por ella, y pareciera que todo es un revoltijo de desastres. ¿Acaso éste es el mundo que construimos? ¿Es esto lo que nos toca? ¿Cómo podemos ayudarnos de la verdadera historia, y no de la oficial que vemos todos los días? Quizá la memoria nos puede salvar, y gracias a libros como HHhH tenemos la posibilidad de detenernos por un momento para reflexionar, e imaginar un mundo en el que estas tragedias ya no sucedan.

Otro tema que me interesa es cómo la ficción nos ayuda a interpretar al mundo en el que vivimos. Pienso, por ejemplo, en el escritor japonés Yasutaka Tsutsui, y un cuento de su libro Hombres salmonela en el planeta porno (Atalanta).
El cuento se llama “El límite de la felicidad”, y habla sobre una falsa felicidad, aquella de pensar que tenemos lo que queremos, que consumiendo o haciendo lo que hacen los demás podemos ser felices. Tiene un ambiente extraño: todo es falso, porque lo importante es lo que demuestras, no lo que sientes realmente. Me encanta porque de alguna manera habla de la vida que llevamos en la sociedad, y más específicamente, en la sociedad de consumo, en la que consumir nos despoja de nuestra personalidad, de ambiciones sinceras, y nos deja con un actuar sin conciencia. “El límite de la felicidad” nos deja pensando por qué haces lo que haces, si tu felicidad es real, si tus reacciones son propias, o sólo un eco de las de los demás.

El protagonista está enojado todo el tiempo y parece atorado en un lugar del que no puede escapar, más allá de la violencia que siente y de la tensión con su mujer, su madre y su hijo. Tsutsui lleva esa desconexión al límite: hay una fuerte presencia de la violencia, y la interpreto como estar desconectado de quien eres, representado por una violencia que no logramos entender. Quizá nos falta tener una mayor reflexión sobre la violencia que vemos, que nos toca o no: es probable que así la lleguemos a transformar en otra cosa.

@Julietav

MasCultura 15-mar-17