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Min kamp / Mein kampf / Mi lucha; descubriendo a Karl Ove Knausgård

Menudo nombre para una columna. Menudo nombre para un libro. Estoy escribiendo esto en el día último de la entrega; gracias a un rayo de iluminación llegado de no sé dónde, acabo de recordar que hoy era el último día para entregar mi columna. La había estado trabajando mentalmente, de esas veces en que regresando del trabajo, para no impacientarme, empiezo a escribir en mi cabeza, tratando de ordenar las ideas, pero al llegar me acuesto, enciendo la televisión, abro Twitter y todo lo planeado se borra. Por eso soy más de estar leyendo, escuchando música, y que derivado de esas palabras de otro escritor, entonces broten las memorias, que aquellos escritores sin querer hurguen en las llagas, y así me reconozca tanto en ellos que no me hagan sentir tan importante, ni tan insignificante.

Llevaba tiempo prometiéndome que comenzaría a leer a Karl Ove Knausgård, un autor europeo clásico, norteño, pueblerino y arraigado. Esos europeos extraños que los del sur miran con extrañeza, con sus platillos de bacalao, gambas, salmón y gelatinas de mariscos. Todos con ojos tan azules, como los muertos vivientes de Game Of Thrones. A aquellos seres pertenece Karl Ove, a quien por fortuna podemos leer desde este lado, gracias a Anagrama. Mi lucha: una serie de seis novelas, muy a lo Proust y En Busca del Tiempo Perdido (Alianza Editorial). Memorias, recuerdos. La única diferencia es que Karl Ove te permite ambientarte en su adolescencia, con la increíble música de Frankie Goes to Hollywood, The Chameleons, Echo & The Bunnymen, The Talking Heads. Si no los conocen, les agradecería abrir su servicio de streaming favorito y darles la oportunidad que merecen. Y a lo largo del primer tomo: La muerte del padre, reconocemos: ¿qué haría un escritor sin su experiencia y sus memorias? ¿Sería posible simplemente imaginarlo todo? Crearnos un personaje, inventarle una historia, una personalidad, ¿y no transmitirle algo de nosotros? Toda gran historia debe tener algo de verdad. Atrapar a nuestro lector, haciendo que se reconozca en nosotros: sigue leyendo, sufre conmigo, recuerda conmigo, imagina conmigo. Que mientras yo escribía estas palabras sentado frente al ordenador, con una taza de café al lado izquierdo, el frío colándose por la ventana en una mañana gélida de octubre, tu compañero, el lector, pueda verse y recordarse en su sofá, en el metro, en el aeropuerto, imaginándolo todo. Regrabando tu propia película.

 

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Lo maravilloso de la lectura es que cuando Karl Ove escribía Min Kamp, e intentaba escarbar en su memoria para recordar las montañas glaciales, los ríos azulados, los caminos nevados, el sabor de la comida que detestaba, las tardes escuchando música junto a su mejor amigo del colegio, el dolor de la muerte, la pérdida, los gestos de amor de su primera mujer, yo estaba también imaginándolo todo a mi manera, con la percepción de mi memoria, con la compaginación de mis propios recuerdos, con el dolor de la propia muerte de mis padres, con ese mismo espíritu de rebeldía juvenil en el que fingía que podía convertirme en músico con una guitarra eléctrica y un bajo. Ambos, pasando nuestra adolescencia a nuestra manera, yendo y viniendo, aislándonos, confundidos ante lo que estaba pasando y lo que nunca imaginaríamos que ocurriría. Y después de tantos años, aquí estamos, intentando que todo aquello sirva de algo, para escribir la novela que intente ser de las más grandes y sobresalientes de la historia. Que de algo sirvan nuestras vidas caóticas, desde nuestro primer divorcio, el nacimiento de nuestros hijos, el cambio de residencia, y todos aquellos diálogos internos que repasamos y terminamos escribiendo para no enloquecer.

Añoranzas, preguntas sin respuesta, malentendidos, imágenes borrosas que sin saber cómo es que funcionan, guardamos en lo más profundo de nuestro inconsciente, subconsciente. ¿Recuerdas tu primer día en la escuela, la primera vez que fumaste, el sabor del café está mañana, lo que hiciste antes de levantarte para meterte a bañar? Estamos repletos de todos esos detalles, insignificancias, y de momentos que creemos que debemos de hacer perdurar por los años que nos resten. Nos componemos de todo aquello, nos hemos construido de todo aquello que intentamos llevar siempre como memorias, y también de todo aquello que ya no podemos recordar. Lo que hemos borrado, intentado borrar, pero dejó huella. ¿Qué haríamos sin ello? ¿Qué pasaría si pudieras introducir un cable detrás de tu cabeza y descargarlo todo para verlo en la pantalla? Imagínalo, absolutamente todo. Y decidir si borrar la última vez que te emborrachaste y terminaste vomitando en un auto que no era el tuyo, las veces que dijiste algo de lo que inmediatamente te arrepentiste y donde la culpabilidad te persiguió, o aquel exnovio, exnovia que desearías con todas tus fuerzas jamás hubiera pasado. O el dolor, todo el dolor, eliminarlo de tu disco duro, hacer como si fueses un aparato actualizado y renovado, listo para almacenar nuevo contenido. ¿Lo harías? ¿Quiénes seríamos entonces? Sin nuestros catástrofes y heridas. Lo queramos o no es lo que nos representa. Tal vez por eso existan cientos y cientos de libros deprimentes y narcisistas.

 

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El escritor casi siempre habla de sí mismo, si no es el yo, a través de sus personajes, y estoy seguro que no lo hace por entretenimiento, sino por desahogo. Se hace el intento de desdoblarse y liberarse a través de su narrativa y de lo que su memoria le permite. Es cierto, no porque tengas una gran historia significa que en un par de años te encontrarás frente a frente con tu fotografía en la contraportada de tu última novela. Habrá quien sea descubierto, habrá quien no. Difícil por ejemplo en países donde la gente no lee y se cansa de tener que concentrarse en más de diez líneas (otra historia).

Pero se hace el intento, quizás más como depuración y sanidad mental. Y es que no saben el alivio que trae consigo volcar las memorias para sentirse liberado. Y así volverse a adaptar a la realidad de la vida, el presente. Difícil aprender a liberar el pasado, lo sabemos. Ya sea porque, aunque la mayoría de las cosas permanecen, nosotros seguimos caminando sin poder detenernos.

Este texto fue escrito por @Att_Volk

El mundo era el mismo. Y sin embargo, no era el mismo, porque su sentido se había desplazado, y seguía desplazándose…
Karl Ove Knausgård, La muerte del padre