Mirar el mundo con detalle; Entrevista con Juan Carlos Rulfo

En el ámbito público mostró con firmeza su semblante serio. No obstante, como apunta Juan Carlos Rulfo, su hijo dedicado al trabajo audiovisual y cinematográfico, Juan Rulfo era un hombre “calladito, calladito, pero ahí estaba haciendo sus cosas, con un nivel de organización brutal y muy sutil”.

Nació el 16 de mayo de 1917 en Jalisco y bastaron unas cuantas publicaciones de prosa inigualable para irrumpir en el campo literario. Juan Rulfo fue un observador meticuloso y un gran conversador: su trabajo tanto fotográfico como literario nos permite pasar por la puerta de su maestría a cien años de su natalicio.

Juan Carlos Rulfo, por otro lado, nació el 24 de enero de 1964. Durante toda su vida estuvo rodeado de los libros que su padre guardó en el actual estudio del cineasta, y aunque él se dedica al cine, la predilección por mirar y escuchar es una marca familiar: “Siempre estuve rodeado de imágenes. En la casa siempre había muchos colores, y fragmentos de cosas. Estaba lleno de libros, o cuadros o abrías los cajones y había contactos con fotos que eran de mi padre, y que estaban en todas partes. Por supuesto que fueron un gran estímulo, pero lo que más me gustaba era soñar con la música. Una cosa que me pasa con la música es que crea imágenes y yo no sabía qué hacer con esas imágenes. De repente la música estimulaba esas cosas y es ahí donde te inundas, y frente a tal inundación lo único que hice fue relajarme y flotar.

Pasó el tiempo y mi padre me regaló una cámara chiquita que fue con la que empecé a hacer mis primeras imágenes. Pero a mí me daba un poco de pánico todo el ambiente cinematográfico de México: este lugar donde estaban las vacas sagradas del cine, que son un poco intocables, el ambiente era medio lúgubre, oscuro, raro. Después vino toda una nueva generación, que era mi generación, y que eran otros chavos, otra cosa. El estímulo fue distinto. La definición de esto ocurrió cuando muere mi padre. Fue entonces cuando agarré lo que sabía, mi cámara de formato pequeño, de casetes, que en el cine era una revolución, y me fui al sur de Jalisco a entrevistar a la gente, sin saber cómo hacer una entrevista, sin saber que estaba haciendo un documental, simplemente encontrar un personaje increíble que me hablaba de su historia. Era un personajazo que me hablaba de cómo había conocido a mi abuelo, y empezó a hacer un viaje hacia las raíces.

Estos personaje del sur de Jalisco, estos viejos cuenteros, dicharacheros, mentirosos, que eran peones y arrieros, personas muy simples del campo son los que estimularon este viaje, y a partir de ahí me clavé. Fue una cosa de encontrar en el carácter de los personajes un espíritu fantástico que no encuentro en la ficción. Hay mucho que hacer en esto que luego supe que se llamaba documental, que yo llamo más bien documental creativo, que no es una narración de hechos o de cifras, o de datos, crónicas o noticias, es en la medida de lo posible tratar de construir historias con lo que está ahí, el chiste es ir ahí”.

Son cien años del natalicio del autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, y poco más de treinta de su partida. Su hijo apunta que el tiempo sin él ha superado los años que vivió a su lado. Con una sonrisa nos responde cuando le preguntamos qué es lo que más extraña de Juan Rulfo: “¡Metiches! Bueno, lo que ha pasado en este tiempo es que lo he descubierto mucho más.

Ahora que es el centenario estoy trabajando algunos materiales audiovisuales sobre él: una serie de televisión en la que me he metido a fondo en cosas que antes había escuchado que tenían que ver con él, que había trabajado en algún momento de su vida en esos lugares, o que había pasado por ciertos espacios; fui, hice, busqué, investigué, archivé, encontré y los tuve que narrar de alguna manera, entonces fue descubrir muchas cosas muy interesantes.

Lo que más sería extrañar como tal es la posibilidad de poder platicar con él de muchas cosas que he descubierto y no tengo manera de hacerlo. Entonces me imagino y hago ficciones: agarro unas fotos, y voy al lugar donde está tomada esa foto, descubro dónde está tomada, hago un viaje a ese lugar y me ubico más o menos en el mismo emplazamiento donde él pudo haberla hecho. Trato de igualar, de copiar el mismo encuadre y puedo imaginarme que ahí más o menos a un metro, y más o menos para allá o para acá, ahí estuvo él: me resulta fantástico. Ha sido como seguir las huellas, seguir los pasos en distintos lugares para imaginar que ahí está y eso es lo que más me mueve. Tal vez poderle enseñar las películas que uno hace o poder platicar de los personajes que uno descubre. Él escuchaba mucho, y una de las cosas que él más hizo fue conversar y generar conversaciones, crear encuentros con sus víctimas, con la gente que tenía en frente. Y eso, estimular conversaciones, crear amistades y vínculos, lo que te deja es eso: aprender a escuchar”. Entre recuerdos que se agolpan en la mente del director de la película Del olvido al no me acuerdo (1999), apunta: “Nos dejó una gran responsabilidad.

Siempre tienes que estar presente y él siempre va a estar ahí, entonces más vale, no digo asumir, pero sí no dejar de estar consciente de que él sigue estando y conforme el tiempo pasa lo vuelve más sabroso, más apetecible, le descubres muchas más cosas: una oportunidad de ver el mundo por medio de la enseñanza que él te deja, en muchas posibilidades que tienen que ver con la música, el deporte, porque era alpinista, porque él era una gran platicador y conversador y estimulaba la plática con el que estuviera enfrente, era un gran padre, un gran marido, una persona que quincena tras quincena traía el gasto, que calladito, calladito pero ahí estaba haciendo sus cosas, con un nivel de organización brutal y muy sutil; en este lugar —dice Juan Carlos y mira el espacio que lo rodea en su sala— estaba su biblioteca, y originalmente todo estaba lleno de cientos de libros acomodados, con el tiempo, de una manera que cuando los sacamos eran miles y miles de libros.

Esa capacidad de mirar el mundo con detalle yo creo que es algo muy envidiable, y que de alguna manera uno quisiera compartir en cada detalle cuando habla, piensa, cuenta o dice desde distintas áreas. Cuando vas al nevado de Toluca, al Popocatépetl, y caminas y no hay aire, y te cansas y sientes que estás agotado y que no puedes con las piernas, que no puedes con el aliento y dices quién fregados me manda a venir aquí, cuando estás en esos lugares te das cuenta que algo te está pasando, algo muy importante a tu cuerpo, estás aprendiendo a reconocerlo, te está exigiendo una cierta demanda: cuídame, camíname despacito, ya necesito más aire, descansa, pero en ese proceso también tú te pones a pensar y a sentir más las cosas; hay un silencio brutal y está el aire, está el sol, las piedras, el brillo del día, apreciarlo sólo se hace cuando estás tú solo en ese contexto y el viaje a la montaña te lo permite porque no hay nadie y porque tampoco puedes hablar, tienes que concentrarte en ti. Esos momentos son pocos, y de alguna manera yo creo que él los estimulaba. Esas son cosas que creo que sí se extrañan”.

La transición al trabajo de Juan Carlos es inevitable. Cineasta que trabaja en nombre del documental, tiene en su haber títulos como En el hoyo y Los que se quedan. Su mismo trabajo le exige el uso intercomunicado de todos los sentidos, sin anteponer uno frente a otro: “Tú no puedes hacer nada si no ves, pero para ver necesitas escuchar, necesitas escucharte a ti mismo, escuchar a la gente. Generalmente con lo que más trabajo, lo que más me gusta es la palabra, cuando la gente cuenta cosas, cómo las cuenta, entonces se vuelve una especie de montaje de historias a través de las conversaciones. Esos vínculos que se crean solamente cuando escuchas, y cuando escuchas, ves, y cuando ves, construyes cosas; la secuencia que estás armando tiene que ver con escuchar y me queda superclaro que no sabemos escuchar, y que por lo tanto no vemos en dónde estamos. Este país creo que no lo conocemos porque no lo escuchamos. Se trata de demostrarle al espectador que hay un mundo escondido debajo de él. Si te gusta esta ciudad, te gusta el campo, depende qué tema, pues hay que aprender a encontrar el código para poder hallar una imagen que puedas compartir al espectador”, y continúa: “Las principales dificultades para hacer cine en México es que todavía no entendemos el país que tenemos. Es un país que cambia mucho, es muy camaleónico. Un país tan complejo, tan lleno de historias y tan maravilloso. Tienes que aprender a escuchar lo que está pasando ahí”.

“En ese sentido están pasando cosas interesante, de repente el cine mexicano se volvió más observacionista, son películas más abstractas, que… ¡bienvenidas! Sin embargo, seguimos haciendo muchas banalidades, y ésas son las que están al día, no tengo nada en contra del cine comercial, pero creo que se pueden hacer mejores cosas. Creo que hay una gran cantidad de producción: hay mucho cine. Pero hay que echarle un poco más de inteligencia y seriedad, en la televisión también, está abandonadísima, no existe, y hay mucho que hacer”, remata Juan Carlos.

Ante el inminente fin de la conversación Juan Carlos Rulfo nos refirió, por un lado, algunos nombres de escritores y, por otro, de gente que sobresale en el campo del cine documental: “Empezando por los libros, definitivamente nadie le llega a mi padre. Me gustan mucho los trabajos que juegan con el lector: Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, Saramago o Jostein Gaarder, El mundo de Sofía y La joven de las naranjas. En cine admiro mucho a Tatiana Huezo, que hizo un documental que se llama Tempestad; otro gran documentalista es Everardo González, que hizo La libertad del diablo; ahorita estoy trabajando con Marina Stavenhagen, a la que admiro muchísimo como guionista; Berta Navarro es una gran productora, Roberto Hernández, director de Presunto culpable. Hay grandes editores: en la Media Luna el equipo con el que trabajamos es un manjar, cada experiencia ha sido inolvidable”.

Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza

MasCultura 15-mayo-17