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Perdidos a propósito

No hace falta un laberinto para que alguien se pierda. O sea, claro que es romántico pensar en un megalaberinto como el de la película El resplandor, de Stanley Kubrick: muros de arbustos de tres metros de alto, nieve y un psicópata asesino con un hacha (ok, eso último no es tan romántico), pero la verdad es que encontrarse uno así en la vida real es bastante difícil (por suerte, si pensamos en la parte del asesino con el hacha). De hecho, primero tendríamos que preguntarnos por qué querríamos perdernos. ¿Estás harto de los malos chistes del amigo que se cree simpático? ¿Te cansaste de las eternas quejas que tu befi tiene del novio al que corta cada tercer día para perdonarlo de inmediato? ¿Quieres esconderte del maestro al que le debes el trabajo más importante del curso… o de tus papás, que ya se enteraron de que estás reprobando esa materia?

También puede ser que simplemente quieras un tiempo para ti: para sentarte en un lugar cómodo, donde no haga frío, pero tampoco te sofoques y puedas tomar un cafecito mientras lees sin interrupciones (esto es importante) algún libro interesante. Una buena opción sería Las Espirales del Tiempo, de Luis Panini (Destino). Esta novela es la primera entrega de la serie “Los Cronopolios”, y narra la historia de un adolescente que, luego de disfrutar una vida tranquila, sin sobresaltos, en la que lo más peligroso que hace es leer libros antiguos sin permiso de su padre, de pronto se ve obligado a huir para evitar algo peor que la muerte. En esta historia el laberinto es el tiempo: hay quienes pueden viajar por el tiempo y quienes pueden ver lo que ha ocurrido o lo que ocurrirá; pero también hay otros personajes que se alimentan de él, como si fueran una especie de vampiro; y otros más que tienen una vida artificial gracias al tiempo que sus amos les prestan… El mundo que crea Luis Panini es complejo y hermoso a la vez, tanto que el lector puede sentir deseos de alejarse por un momento de la trama principal sólo para vagabundear por las callejuelas aledañas y tener sus propias aventuras. Perderse, pues.

Pero hay formas de perderse menos gratas: a veces, una vuelta a destiempo o una decisión en vez de otra puede ser la entrada a un laberinto del que cueste trabajo salir. Algo así le ocurre al entrañable protagonista de Elvis nunca se equivoca, de Rodrigo Morlesin (Tusquets Editores). Elvis es un perro que tuvo la desgracia de nacer en la calle y perder muy pronto a su mamá. Abandonado a su suerte, es acosado por otros perros callejeros y, cuando cree que está al fin a salvo, una vuelta brusca del sendero de su laberinto lo lleva a más problemas. No se me espanten: la historia, narrada por el propio Elvis, sí tiene sus momentos de nudo en la garganta, pero también tiene otros felices, además de que todo el tiempo está llena de un sentido del humor ligero. Para que terminen de animarse: la novela fue ilustrada por el talentosísimo Satoshi Kitamura, a quien quizá recuerden por sus libros infantiles como Yo y mi gato o Ardilla tiene hambre.

Y ustedes ¿alguna vez se han perdido? Creo que la ocasión en que más miedo tuve por estar extraviada, el laberinto era de palabras: estaba en una ciudad extraña, tenía que atravesarla para llegar al aeropuerto a tiempo para volver a casa, y nadie hablaba ninguno de los idiomas que yo masticaba. En cambio, se empeñaban en hablarme en algo que a mí me sonaba a que estaban haciendo gárgaras. Cuando encontré por fin a alguien que hablaba inglés, las instrucciones que me daba para usar el sistema de transporte local eran tan ajenas a mí que lo mismo me podía estar hablando en tagalo o en sánscrito. Así me di cuenta de que cada idioma es reflejo también de una forma de relacionarse con el universo que nos rodea, y que hay palabras en una lengua que no tienen traducción a otra. Como toska en ruso, que es una especie de angustia existencial sin motivo que puede ser desde muy leve hasta muy intensa. O nuestra familiar sobremesa, ese gusto de quedarnos horas platicando ante los platos vacíos de la comida o la cena, y que no existe fuera del español.

Si les interesan este tipo de palabras, no se pierdan Lost in translation, de Ella Frances Sanders y traducido por Sally Avigdor (Libros del Zorro Rojo), un libro que recoge, trata de explicar e ilustra palabras intraducibles de diferentes idiomas. No es un mapa para sacarnos del laberinto: más bien, una invitación a perdernos más en él. Pero si el laberinto tiene libros, perderse parece ser una buena idea, ¿no?

Ilustración del libro Las Espirales del Tiempo, de Luis Panini.

@raxxie_

MasCultura 22-feb-17