Rolando en la taberna: El hombre más desafortunado

Yo conocí al hombre más desafortunado de todos. Pobre tipo, pobre Horacio Quiroga. Y déjeme decirle que no tenía ni mal porte ni un carácter fatigoso.

Y ¿por qué era desafortunado?

A eso voy, déjeme entro en calor para contarle bien su vida, mientras, ¿por qué no me sirve otra cervecita?

Usted no entiende, al rato su hígado y su páncreas se lo van a reclamar.

Ya lo hacen, desde hace algunos años.

¿Y qué hace?

Ahogarlos en alcohol, para que dejen de molestar un momento. Por lo menos no es cianuro. Tampoco soy tan radical.

Al paso que va, tampoco le hará falta contemplarlo como opción.

Para nada. Mi vida no es tan desastrosa como para dar el paso final. Además, no soy un borracho, sino un bohemio. Y si no fuera por mi, esta cantina estaría casi muerta. De esperanza, ya no tiene mucho, pero un día le contaré sobre una que conocí hace algunos años llamada Lontananza.

Suena a que está lejos. Oiga, y qué fue de su amigo desafortunado.

Ay, ese pobre. Desde chiquillo lo persiguió el infortunio, como una marca que jamás se le borraría. Aún recuerdo cuando me lo contaba durante nuestras noches en Montevideo. Todo lo supo por fuente de otras personas, porque estaba muy pequeño para recordarlo, pero la muerte accidental de su padre impactó a todos; justo cuando se disparó, al regresar de un día de caza, su madre tenía al pequeño Horacio entre brazos y el terrible susto ocasionó que se le cayera.

¿Y no le pasó nada?

¿No le digo que eso lo marcó con un sino de mala suerte? Tan sólo unos años después, su padrastro se suicidó de un certero disparo en la cabeza. ¿Se imagina las precisas maniobras que debió hacer para conseguirlo debido a su cuadriplejia? Le siguieron su hermana, su esposa. ¡Ah! Y no olvidemos que asesinó a su mejor amigo.

¿No será su peor enemigo?

Todo lo contrario. Estaban probando una pistola y se le salió un tiro. Yo mismo le di refugio unos días en el departamentito donde me hospedaba. Jamás se recuperó del todo. Estos fueron unos de sus tantos infortunios.

Me huele a que me contó pero su vida, no la de ese tal Quiroga.

Para nada; al final, él sí tomó el camino del cianuro, con él dio sus últimos pasos.

Habrán sido sus últimos tragos.

Como sea, eso fue en el año de mil novecientos treinta y siete.

¡Mil novecientos treinta y siete! ¿Pues qué edad tiene usted?

Eso es irrelevante. Lo importante aquí es que el pobre, a pesar de tener una vida increíblemente desastrosa, escribió varios libros y es reconocido como uno de los grandes cuentistas latinoamericanos, mientras que a mi, heme aquí, buscando la inspiración con usted.

¿No que era un bohemio?

Así es, por eso sírvame otra, pero que sea una Bohemia oscura, para no desentonar.

Por: R. R. Fullton

Encuentra la obra de Horacio Quiroga en Librerías Gandhi.

Cuentos de amor, de locura y de muerte.

Cuentos

Cuentos de la selva

MasCultura 2-feb-16