Borrón y cuenta nueva para Miguel de Unamuno

¿Ya le sirvo su otro trago? 

Aguante, que estoy disfrutando hasta la última gota de este mezcal.

Me avisa.

Y ahora ¿por qué tan condescendiente?

¿Qué ya uno no puede mostrar algo de cordialidad?

Siempre objeta mi inclinación por la vida bohemia; ya ni porque le doy trabajo me deja en paz.

Bueno. Es raro. Es que leí un libro…

¡Leyó un libro! ¿Qué milagroso trago se preparó para que lo motivara a leer?

Fue por una de las historias que me contó.

No cabe duda que soy una pésima influencia. ¿De quién fue el libro?

De un tal don Miguel de no sé qué, ¿Unmundo? ¿Unamudo?

¡Unamuno!

¡Ese mero! Y no sé. Me llegó.

Excelente tipo. Tuvimos nuestras diferencias, claro. Pero ¿qué fue lo que le llegó?

No sé cómo decirlo. Esa parte donde está Augusto en la nivolita ésa…

Niebla.

… y va a platicar con el autor, con el mismo don Miguel. Ahí mismo y ¡qué canijo! ¡Lo mató!

Sí, pero lo mató en la novela.

¡Pero lo mató! Él pudo haberlo dejado vivir y no se tocó ni tantito el condenado corazón.

Bueno, pero no murió de verdad, a final de cuentas, no estaba ni vivo ni muerto, ¿no?

¡Cómo no! Le dijo que si quería lo mataba y así fue, porque era un ente de su creación y sólo él podía decidir o escribir lo que le diera su real gana para que le sucediera a Augusto. ¿No que ya la había leído?

Y todo eso me dejó pensando. Qué pasa si alguien más también nos está escribiendo a nosotros. Yo no quiero morir, no aún, y menos he pensado en el suicidio. Tengo a mi familia: mi esposa, mis nietos. Esta cantina estará vieja y destartalada, pero si alguien intenta desescribir mis palabras, me lo llevo conmigo.

No diga tonterías. Usted es tan real como yo. Tan real como esta tabla de madera sobre la que estoy recargado. Tan real como la calle República del Perú que se halla en esta esquina o la Plaza Garibaldi que queda a nada de este lugar. Así de reales somos. Así que no se ande jalando los pelos, que de por sí casi ya ni tiene, con sus ideas.

Chance tiene razón.

Quítese esas cosas de la cabeza. Para locuras, estoy yo, y para servirme tragos está usted. ¿Capisci? Así que, mi siempre bien querido Tony, para luego es tarde.

Tome, pero debería cuidarse. Quien lo escribe quién sabe hasta cuándo aguante sus borracheras… o las aguante yo.

Por: R. R. Fullton

Encuentra obras de Miguel de Unamuno en Librerías Gandhi.

Paz en la guerra.

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MasCultura 16-Feb-16