¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? SUPERFICIALES

«¿Google nos vuelve estúpidos?» Nicholas Carr condensó así, en el título de un célebre artículo, uno de los debates más importantes de nuestro tiempo: mientras disfrutamos de las bondades de la Red, ¿estamos sacrificando nuestra capacidad para leer y pensar con profundidad? En este libro, Carr desarrolla sus argumentos para crear el más revelador análisis de las consecuencias intelectuales y culturales de Internet publicado hasta la fecha.

Superficiales propone contestar a la pregunta formulada en el subtítulo: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?. La pregunta es muy amplia y extensible incluso a la idea de si la Web está modificando físicamente nuestros cerebros. ¿Nos está cambiando a nosotros, los que vivimos en este mundo digital sobrevenido? Y más concretamente: a pesar del optimismo tecnológico reinante, ¿no nos estará volviendo más tontos, superficiales, banales, conformistas o acríticos?

«Echaba de menos mi viejo cerebro», dirá Carr en uno de los pasajes iniciales del libro al describir su relacion de amor y desamor con Internet. No es este su primer trabajo sobre este tema, por lo que Superficiales presenta un estado más avanzado de sus investigaciones. La cuestión ya no es si sí afecta o no; es más bien una cuestión de cómo, hasta qué punto, o cuánto y en qué medida. Y la medida, según Carr, no es pequeña ni irrelevante. Consciente de estar planteando una cuestión incómoda (a nadie le gusta que le llamen tonto o atontado), lo hace al menos con desenfado y, por una exigencia de honradez intelectual, empieza por sí mismo.

Sirviendo a esta honradez, a Carr no le duelen prendas en citar extensamente trabajos de otros estudiosos que rebaten, o incluso ridiculizan, su tesis de nuestro embrutecimiento colectivo a manos de las tecnologías digitales. Como Steven Johnson, que en 2005 publicaba Everything is Bad for You, donde pone en solfa la postura del «moralista» en esta nueva edición del eterno debate entre entusiastas y detractores, robots contra ludditas, que sigue a toda gran innovación tecnológica: este cacharro, ¿es bueno o malo? ¿Nos mejora o nos empeora? Johnson comparaba la «extensa y torrencial actividad detectada en los cerebros de los usuarios de ordenadores con la actividad mucho más serena que se veía en los cerebros de los lectores de libros impresos», los que se formaron en la quietud de las viejas y polvorientas bibliotecas. La comparación le llevaba a sugerir que el uso del ordenador genera una estimulación mental mucho más intensa que la lectura de libros tradicionales.

Carr, sin restar validez al diagnóstico de Johnson, interpreta esa disparidad de patrones de actividad cerebral en un sentido diametralmente opuesto: el hecho mismo de que la lectura de libros «subestimule los sentidos» es justo lo que convierte esta actividad en algo tan intelectualmente gratificante. «Al permitirnos filtrar las distracciones, acallar las funciones del lóbulo frontal que regulan la resolución de problemas, la lectura profunda se convierte en una forma de pensamiento profundo. La mente del lector experimentado es una mente en calma, no en ebullición. Tratándose de actividad neuronal, es un error suponer que cuanta más, mejor». El autor cita a Sócrates, a Séneca, a Lope de Vega, a Nietzsche, a McLuhan, que alertaron todos sobre el condicionamiento del mensaje por un nuevo medio (el libro, la máquina de escribir, la televisión…), pero abunda mucho más en todo tipo de experimentos científicos de las últimas décadas para corroborar su tesis con algunos ejemplos muy impactantes, difíciles de rebatir, no siendo lo menos asombroso, en muchos casos, el propio hecho de que tales experimentos se hayan realizado.

Hay muchos tipos de lectura. Según observa David Levy en Scrolling Forward, un libro sobre nuestra actual transición del documento impreso al electrónico, las personas alfabetizadas «leen todo el día, sobre todo inconscientemente». Leemos señales de tráfico, menús, titulares, la lista de la compra, las etiquetas de los productos. Estas formas de lectura, explica Levy, tienden a ser superficiales y de corta duración. Son los tipos de lectura que compartimos con nuestros antepasados, que descifraban marcas en guijarros y fragmentos de cerámica. Pero también hay veces, continúa Levy, «en que leemos con mayor intensidad y duración, cuando llegamos a estar absortos en lo que estamos leyendo durante lapsos más largos de tiempo. Algunos de nosotros, de hecho, no sólo leemos así, sino que nos pensamos a nosotros mismos como lectores».

Lo que no hacemos cuando estamos conectados a Internet también entraña consecuencias neurológicas. Así como las neuronas cuyas sinapsis están unidas permanecen unidas, aquellas cuyas sinapsis no lo están, no. Mientras el tiempo que pasamos buceando en la Red supere de largo el que pasamos leyendo libros, en tanto que el tiempo dedicado a intercambiar mensajes medibles en bits exceda grandemente al tiempo que pasamos redactando párrafos, a medida que el tiempo empleado en saltar de un vínculo a otro sobrepase con mucho al tiempo que dedicamos a la meditación y la contemplación en calma, los circuitos que sostenían los antiguos propósitos y funciones intelectuales se debilitarán hasta desmoronarse. El cerebro recicla las neuronas en desuso y dedica sus sinapsis a otras tareas, más urgentes, que se le encomiendan. Adquirimos nuevas habilidades y perspectivas en detrimento de las viejas.

Nicholas Carr es autor de los libros El gran interruptor (2008) y Las tecnologías de la información ¿Son realmente una ventaja competitiva? (2004), y ha escrito para The Atlantic, The New York Times, The Wall Street Journal, Wired, The Guardian, The Timesof London, The New Republic, The Financial Times, Die Zeit, entre otras muchas publicaciones.

 

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Aquí la entrevista de Nicholas Carr con PBS NEWSHOURE